España y Catalunya, refundándose
Excelente artículo de Suso de Toro que aparece en la Vanguardia Digital,
que por su claridad de contenido y utilidad merece su difusión. Gracias
a la amiga forera Harta que me ha pasado el artículo que sigue.
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La transición se hizo como se pudo pero
siguió un juego de engaños que ha llegado hasta aquí y no se puede
volver atrás y volver a empezar como si no hubiesen pasado treinta y
cinco años.
Nuestra trágica historia le confirió a
esta Constitución un carisma dramático y sagrado pero a estas alturas
apelar a su vigencia es burlarse de la realidad: la entrada en la Unión
Europea y la moneda única ya rompió los límites de la soberanía nacional
que marcaba la Constitución pero, además, la reforma exprés que
pactaron hace un año los dos grandes partidos estatales para introducir
el límite del déficit mostró que si los dos grandes partidos estatales
lo acuerdan se la reforma en un momento. Esa reforma constitucional
impuesta desde fuera evidenció que no tenemos soberanía económica ni
política. En contraste con eso el Tribunal Constitucional negó cabida en
la Constitución a aspectos decisivos del Estatut al considerarlos
contrarios a la soberanía nacional española. Los políticos que
recogieron firmas contra Catalunya hace sólo un par de años y los
magistrados que preservaron la esencia de la nación única dejaron a la
sociedad catalana en un callejón sin salida histórico.
La transición se basó en ocultar o borrar
la memoria y siguió alimentándose de desmemoria. La prohibición de
recordar es la regla de hierro de esta democracia y la que la conduce a
una alienación colectiva. Sólo puede ser fruto de alienación colectiva
que se amenace con utilizar las fuerzas armadas otra vez contra la
población, la sociedad catalana, y que esas amenazas no tengan como
consecuencia ceses o dimisiones inmediatas y denuncias judiciales por
golpismo. Lo preocupante es, precisamente, que gran parte de la
población española comparta la idea de nación única y xenófoba hacia los
que no son “españoles como es debido”. ¿Qué pensar de un político que
pide que los catalanes devuelvan a los extremeños que emigraron a
Catalunya? Como si fuesen una mercancía humana; suya, además. Esa
ocurrencia revela una idea de la identidad personal y la nación basada
en la raza; según eso, se es ciudadano de un lugar sólo cuando se nació
allí. Como si esas personas no fuesen catalanas, ciudadanas de
Catalunya. Las actitudes de incomprensión hacia Catalunya son constantes
por parte de presidentes de autonomía que cuarenta años nadie hubiera
imaginado que existiesen. Hoy existen muchos presidentes de autonomías
porque generaciones de catalanes, vascos y también gallegos lucharon por
su autogobierno. Y decir lucharon es decir morir, ir preso, exiliado,
ser torturado, perseguido… de eso hablamos. Esas inesperadas autonomías
fueron beneficiosas, se repartieron recursos de modo más justo, pero no
olvidemos que ese reparto de autonomías se hizo aviesamente con el
propósito de desdibujar la existencia de las nacionalidades.
La desmemoria oculta que esta democracia
se sustenta sobre un pacto del franquismo con la izquierda y también con
Catalunya y Euskadi. La Constitución reconoció realidades e
instituciones nacionales que ya existían: Cuando volvió de Francia,
antes de asomarse al balcón de la Generalitat, el honorable Tarradellas
aterrizó en Madrid y fue recibido por el Rey y el presidente Suárez,
quienes reconocieron así al gobierno de los catalanes, la Generalitat
hasta entonces en el exilio. También los vascos recibieron a su
lehendakari Leizaola, exiliado en el país vasco francés. Sólo los
gallegos no recuperaron su Consello da Galiza, disuelto en el lejano
exilio argentino en los años cincuenta. La Constitución nació de esos
pactos políticos, no de unos jurisprudentes sabios fundadores, y esos
pactos hoy están rotos. Está roto el consenso sobre “un orden económico y
social justo” del preámbulo constitucional, la nueva derecha, española o
catalana, ya no se inspira en el paternalismo de la democracia
cristiana europea y es socialmente despiadada. Por otro lado, desde el
23-F y la Loapa subsiguiente se maniobró para negar la existencia de
otras naciones que no sean la española. Tanto da de derechas o de
izquierdas, el nacionalismo español es el mismo, soltamos lo de “la
burguesía catalana” y casi nos sentimos progresistas; lo curioso es que
nadie habla de “la burguesía madrileña”, ¿alguien cree que sólo hay
burguesía en Barcelona y no la hay en Madrid o en otras ciudades? Sin
embargo en el escenario público español la burguesía madrileña parece
invisible. Como el nacionalismo español, que siendo tan duro no necesita
afirmar su existencia pues es el Estado y ya se cree la realidad misma.
Pero los prejuicios sobre los catalanes son parte importante del
repertorio del nacionalismo español, chistes y motes para esos
personajes raros y sospechosos. El prejuicio de que son unos intrusos
entre nosotros, unos ricos que le chupan la sangre a los pobres, se
alimenta de algo muy humano, la envidia. Pero recuerda demasiado a como
eran vistos los judíos alemanes.
En la estructura del Estado tiene un
papel decisivo Madrid, una ciudad muy particular. Las capitales de los
imperios marítimos solían estar a la orilla del mar o de un río
navegable, como Londres o Lisboa, cuesta comprender que el Emperador
situase su corte en ese lugar y no en alguna ciudad o puerto de la
fachada atlántica peninsular, Cádiz, la Sevilla del Guadalquivir, un
puerto cantábrico, una ría gallega o la propia Lisboa cuando Felipe II
reinó sobre Portugal. Dicen que fue la abundancia de caza, lo que
explica que un monarca que reinaba sobre un imperio oceánico cuando las
comunicaciones eran por mar situase su corte ahí. Las características de
la corte y luego capital creadas en ese lugar determinaron la forma del
Estado y las relaciones internas entre los distintos territorios
peninsulares que lo componen hoy, para comprender Madrid se necesita la
historia pero también la geografía. Hay ciudades que nacen de un puerto,
de la industria, del comercio… Madrid nació directamente del Estado y
se alimenta de él, sin embargo es difícil que algo tan evidente se
reconozca, como si fuese invisible o tabú. Hablamos del conglomerado de
poder político-mediático-económico que padecen los vecinos de la ciudad
antes que nadie y que es el sujeto político que hoy conduce y arrastra
al Estado entero. A esa conducción sólo se le ofrecen las resistencias
de Euskadi y de Catalunya mientras que la ciudadanía del resto de los
territorios vive dentro de la burbuja del nacionalismo español, un
discurso hilado desde el siglo XIX por los historiadores, Modesto
Lafuente y Menéndez Pidal y epígonos, y que remachan cada día los medios
de comunicación que se presentan como “nacionales”. Desde esos medios
se critica el adoctrinamiento de “los nacionalistas”, la realidad es la
contraria. En una población vasca o catalana los ciudadanos pueden
escoger alternativamente medios de comunicación que ofrecen visiones
contrapuestas, mientras que en los demás territorios sólo reciben la
visión que interesa a los poderes de Madrid. Hace años un corresponsal
extranjero en Barcelona me comentaba que no conseguía ser comprendido
por sus compañeros destinados en Madrid, sus puntos de vista eran
contrarios. Es lo natural.
Pero ese vivir dentro de una burbuja de
españolismo ignorando la realidad, la diversidad nacional, es lo que
explica la sorpresa de políticos y observadores ante la decisión que
muestran los catalanes. Pero erre que erre, la visión que siguen
transmitiendo de los catalanes es de cierta mezquindad, reducen su
demanda de soberanía a un chalaneo presupuestario o a una miserable
maniobra de un grupo de políticos o de un señor, Artur Mas. Se permiten
seguir ignorando lo que sienten y piensan la mayoría de los catalanes,
teniéndolos por gente sin criterio, mero bulto en una manifestación
exaltada y pasajera. Hay lamentos sinceros por la pérdida de una
relación fructífera entre catalanes y españoles pero creo que los
intelectuales españoles debieran reconocer que en los últimos tiempos se
acumularon ofensas y se acorraló a los catalanes y entonces no había
muchos lamentos.
Ignorar la realidad es lo que hace España
con las otras lenguas. Los españoles son educados escrupulosamente en
la ideología de “gran lengua”, una pieza fundamental del españolismo;
por esa ideología un ciudadano español que escribe en catalán, por
ejemplo, no es considerado un escritor español y sí lo es otro con
distinta nacionalidad y que resida en otro país. A veces importa el
lugar de nacimiento y otras veces interesa la lengua. Con toda
naturalidad, el galardón literario insignia de este estado, el
Cervantes, excluye a los escritores en esas otras lenguas; aunque
contribuyen con sus impuestos a dotarlo. Con mayor o menor énfasis, toda
la prensa de Madrid reproducen el sufrimiento de cada padre o madre que
reclama y no recibe educación en castellano, ¿son los niños de
castellano hablantes más delicados que los de catalán hablantes, por
caso? Si estos se establecen en otra comunidad y no pueden ofrecerles a
sus hijos educación en su propia lengua, ¿no sufren también? Pero es que
en las últimas décadas se planificaron vías de comunicación que
aislasen a Catalunya y se utilizó el Gobierno para impedir la normal
evolución de las empresas catalanas, una empresa energética catalana no
pudo absorber a otra radicada en Madrid porque eso supondría salir del
“territorio nacional”. Como “nacionales” son los equipos de fútbol
madrileños cuando se enfrentan a los barceloneses. Para rematar, los
catalanes vivieron como una serie de humillaciones la tramitación de un
estatuto “cepillado”, “afeitado” y recurrido ante el Constitucional, que
le dio la puntilla. Lo extraordinario es que ahora se sorprendan de que
los “polacos” se sientan rechazados por España, lo extraordinario es
que se sorprendan de que las ofensas hayan ofendido.
Desgraciadamente las cosas han llegado
así hasta aquí, también por parte de representantes de Catalunya que han
mostrado con frecuencia displicencia y aún desdén hacia muchos
españoles. Pero Catalunya es una sociedad compleja y democrática, en su
momento, desde el paternalismo, Jordi Pujol comprendió que los
inmigrantes de origen español habían llegado para quedarse y tendrían
que formar parte de la comunidad nacional y desde hace unos años caló la
conciencia de ser parte de la nación catalana entre los hijos y nietos
de aquellos inmigrantes; a Artur Mas le corresponde ahora reconocer esa
diversidad interna e integrarla en un proyecto común, tendrá que evitar
que los distintos orígenes de los catalanes de hoy supongan diferencia y
fractura de clase.
Los catalanes mantienen un debate interno
cívico, si lo conservan de modo que todos se sientan parte y vean
reconocidas sus razones, concluyan lo que concluyan cualquier demócrata
debe respetarlo. España y Catalunya están en crisis, tendrán que
refundarse y refundar sus relaciones. Lo que es triste es ver al puro
franquismo envolverse en la bandera constitucional.
Por Suso de Toro
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