En
la historia de la sociedad humana siempre existieron abominables
diferencias sociales hasta que irrumpió el socialismo real.
Pero las que se viven en España, a medida que avanza el siglo XXI son, además de abominables, escandalosas y mueven a la sublevación. Aparentando hacer justicia a los ladrones de lo público, si esos individuos son condenados y llegan a pasar cortos espacios de tiempo en la cárcel, no se sabe de ninguno que haya devuelto ni un solo euro de los millones que se apropió.
Dejando a un lado a estos personajes despreciables, las diferencias y el escándalo, sobre todo, lo ponen de manifiesto esas jubilaciones millonarias de rufianes que no hicieron otra cosa que parloteo gestionando bancos que han acabado en la ruina por su incompetencia o su malicia, frente a cada día más centenares de miles, si no millones, de personas y de familias que viven en la calle o de la filantropía.
Es decir, en lugar de avanzar, la justicia social con el paso del tiempo retrocede a condiciones medievales. Condiciones en cierto modo peores, pues no es lo mismo el hambre con la conciencia domeñada por la resignación y frenada por el temor a Dios y otras zarandajas, que la miseria lúcida del siglo XXI rodeada de la riqueza de otros, de espejuelos y del mantra de una libertad inútil si no va unida a una digna vida material.
Jaime Richart, antropólogo y jurista
Pero las que se viven en España, a medida que avanza el siglo XXI son, además de abominables, escandalosas y mueven a la sublevación. Aparentando hacer justicia a los ladrones de lo público, si esos individuos son condenados y llegan a pasar cortos espacios de tiempo en la cárcel, no se sabe de ninguno que haya devuelto ni un solo euro de los millones que se apropió.
Dejando a un lado a estos personajes despreciables, las diferencias y el escándalo, sobre todo, lo ponen de manifiesto esas jubilaciones millonarias de rufianes que no hicieron otra cosa que parloteo gestionando bancos que han acabado en la ruina por su incompetencia o su malicia, frente a cada día más centenares de miles, si no millones, de personas y de familias que viven en la calle o de la filantropía.
Es decir, en lugar de avanzar, la justicia social con el paso del tiempo retrocede a condiciones medievales. Condiciones en cierto modo peores, pues no es lo mismo el hambre con la conciencia domeñada por la resignación y frenada por el temor a Dios y otras zarandajas, que la miseria lúcida del siglo XXI rodeada de la riqueza de otros, de espejuelos y del mantra de una libertad inútil si no va unida a una digna vida material.
Jaime Richart, antropólogo y jurista
Pero los dos partidos que en lo esencial son partido único, se dedican solo a retoques superficiales del sistema; ni siquiera debaten las reformas estructurales necesarias para sacar al país del marasmo en que se encuentra. La vergüenza que arroja semejante situación traspasa fronteras, y el país en conjunto empieza a verse como a otro del tercer mundo. El panorama político, económico y social es patético, dramático y desolador.
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