jueves, 9 de julio de 2009

No creo en Obama

Cronopiando
Koldo Campos Sagaseta
No creo en Obama
Decía Perich, un extraordinario filósofo catalán al que algunos tenían por
humorista, que “la prueba de que en Estados Unidos cualquiera puede ser
presidente, la tenemos en su presidente”.
La última vez, sin embargo, en la que el pueblo estadounidense no sólo
votó sino que, incluso, eligió, no eligió a cualquiera, sino al candidato más
elegante, en su porte y sus maneras, negro y demócrata para más señas,
sorprendentemente culto, aunque nunca hubiese leído a Galeano, y con un
programa de gobierno que prometía poner fin a la barbarie que le había
precedido. Un candidato que, entre otras virtudes, había despertado en muchísimos
sectores de la sociedad estadounidense el entusiasmo y la confianza
perdida en la vida política.
Si comparamos a Obama con cualquiera de sus antecesores, no habría nada
que deliberar. No sólo era el mejor de los posibles, su talante, su
pulcritud, sus gestos, su tono, su palabra, generaban simpatías, también, fuera
de los Estados Unidos. Podríamos igualmente contrastar la imagen de Obama
con cualquiera de los líderes europeos que, tampoco en ese caso habría
debate.
Pero yo no creo en Obama, aunque reconozco que me cautiva su personalidad
cada vez que lo veo en la televisión, sea saludando adhesiones o matando
moscas.

Sigo pensando que se trata del mejor anuncio realizado nunca en la
historia de la publicidad, y que contó, obviamente, con un extraordinario modelo,
fruto de un “casting” inmejorable. Un anuncio que se renueva todos los
días aunque siga ofreciendo el mismo producto y con las mismas
características.
Cierto es que algunos de los proyectos sociales que el presidente
estadounidense está tratando de implementar en su país son progresistas y que para
todos ha dispuesto de muy buenas palabras, pero frente a la histórica
oportunidad que la crisis ponía en sus manos para haber llamado, siquiera, la
atención sobre la necesidad de reinventar la vida, de un imprescindible
cambio de rumbo, prefirió acudir en rescate de la banca y de la industria
del automóvil y de cualquier fuga de aire que importune el orden y el
mercado.
Cierto es que prometió cerrar el campo de exterminio de Guantánamo, pero
ahí siguen, todavía, penando sus culpas a la espera de una justa reparación,
los cientos de presos secuestrados a los que ahora se propone repartir por
el resto del mundo.
Cierto es que condenó la tortura en los términos más concluyentes, pero
concluyente fue, también, cuando desistió de llevar a la justicia a los
responsables de la execrable tortura que tanto le había conmovido.
Cierto que habla constantemente de diálogo y de paz, pero no ha dejado de
hacer la guerra; que habla de la necesidad de respetar las soberanías
ajenas, pero no aclara cuales son las propias; que habla de la urgencia de
reconducir sus relaciones con Cuba, pero no levanta el embargo y sigue
manteniendo presos a los cinco patriotas cubanos; que habla de respetar la
constitucionalidad de cada país, pero su gobierno y sus administrados persisten en
alentar golpes de Estado o destituciones y renuncias forzadas, que como
eufemismo ni siquiera es original.
Cierto que habla de nuevos tiempos, pero al frente de la administración
estadounidense siguen estando viejos conocidos de todos y no, precisamente,
para bien.
Obama lleva muchos meses hablando y aún no encuentra el día para hacer.
Por eso yo no creo en Obama. Aunque no le retiro el beneficio de la duda,
y ojalá me equivoque, yo no creo en él por la simple razón de que Obama
sólo es el presidente de los Estados Unidos, el funcionario que mantienen al
frente de la Casa Blanca los que nunca pasan por las urnas pero siempre
detentan el poder. Obama sólo es el relacionador público, con rango y
sueldo de presidente, de la empresa que tiene asiento detrás del trono. Obama
sólo es eso, el hombre del anuncio, y lo seguirá siendo hasta que, si me
equivoco, la coherencia lo lleve a la tumba, posiblemente a manos de un
perturbado que actuaba solo y al servicio de nadie, o el descrédito lo termine
sacando de la Casa Blanca.

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